lunes, 29 de marzo de 2010

Crónicas de Zaragoza: El viaje.

El viaje, como es obvio, se divide en dos, la ida y la vuelta (premio para los que habéis acertado).

El viaje de ida estuvo genial. Conocimos en la estación de autobuses a una chica que iba a Zaragoza a visitar a su novio. Como estábamos hechas un lio con los andenes y los buses (es que aquí te dicen que el bus viene al andén 5 y te lo aparcan en el 8, así de lógicos son) y ella tenía ya el callo cogido al tema de tantas idas y venidas, nos echó una mano (a encontrarlo, no al cuello, que también podría porque la enganché para ayudarnos y no quería soltarla. Viajar me pone nerviosa).

Por casualidades de la vida su asiento resultó ser justo el que estaba a mi lado.

Así que nos pasamos el viaje charlando de esto y de aquello, casi sin parar ni para respirar, y es que resultaba asombrosa la cantidad de cosas que teníamos en común. Menos mal que la tuve a ella, porque mis dos compañeras de viaje iban sentadas juntas jugando con la DS y sino me habría aburrido cual ameba en medio de la nada. Aunque creo que los chicos del asiento de delante tenían unas ganas increíbles de amordazarnos (sin ninguna connotación sexual).

Mi nueva compañera de viaje, muy amablemente, me dio su número de teléfono y me dijo que la llamáramos para cualquier cosa que necesitásemos. Al final no tuvimos ni tiempo, nos escribimos un mensaje al volver a casa nada más, pero si puedo trataré de quedar con ella para tomar un café por aquí.

El viaje de vuelta fue una tortura en cambio. Nos acompañaba el mal cuerpo de una noche demasiado animada, y un autobusero cabrón.

Por lo que se ve el tío iba con hambre y decidió ir cocinando unos turistas asados para cuando llegase a casa, o eso o nos tenía una envidia horrible porque veníamos de vacaciones y él tenía que trabajar.

Se levantaron varias personas para pedirle que pusiera el aire, lo ponía 3 minutos y lo volvía a apagar, y en 0,2 se notaba de nuevo un calor asfixiante.

Cuando hicimos una paradita, ni siquiera nos avisó de que íbamos a estar unos 10 minutos (en los que podríamos haber bajado del bus y descubrir que el aire fresco aún existía) y cuando se montó de nuevo nos dijo con toda su cara:
- Pero ¿tanto calor tenéis? Si yo voy hasta con corbata y voy bien.
- Cabrón, tu llevas la ventanilla abierta .

Cuando por fin llegamos a destino me dieron ganas de patearle el culo y prenderle fuego en una hoguera, pero me contuve, mis ganas de llegar a casa eran mayores.

Tendría que haber puesto una reclamación, todos los del bus deberíamos de haberlo hecho, pero como siempre en estos casos, entre el cansancio y las ganas de olvidarte de todo, pasas, y de eso se aprovechan. Pero no hay derecho a ir en esas condiciones cuando es tan fácil ponerle remedio.

Me acordaré del cabr&#@•% cada vez que me suba a un autobús.

.

2 comentarios:

  1. oye, y la estancia que? por donde salisteis de marcha????????

    ResponderEliminar
  2. Con calma, con calma, todo eso en próximas entregas...

    ResponderEliminar

¡¡¡Bienvenido!!! Disfruta tu visita y siéntete libre de dejar un comentario.